100% natural ¿significa sin sustancias químicas? Y una magdalena sin azúcares añadidos ¿es sana? La respuesta a ambas preguntas es ‘no’
No sabemos lo que comemos. Y parece que muchos no quieren explicarlo, ni otros entenderlo. Por un lado, asistimos en los últimos años al auge de una quimifobia (fobia por lo químico), que lleva a creer que los alimentos están tan manipulados que poco queda de su origen e ingredientes naturales, y a temer por los efectos que ciertos aditivos supondrán para nuestro organismo (y entorno). Por otro lado, la legislación europea y los huecos que deja hacen que el etiquetado de los productos sea a veces casi tan complicado de descifrar como el manuscrito Voynich, que los lingüistas hasta ahora han sido incapaces de decidir en qué idioma está escrito.
La importancia de saber qué introducimos en nuestro organismo y cuál es su origen es evidente: sin la suficiente información no hay verdadera libertad de elección. Para poder llevar una dieta saludable es necesario –además de voluntad– disponer de datos claros y veraces sobre los ingredientes, las características y las propiedades de aquello que comemos ya que, en caso contrario, la voluntad se vuelve miope y las mejores intenciones y propósitos acaban más o menos truncados. Pero no solo eso. Hace falta además leer bien las etiquetas. ¿La razón? “Porque de ello depende no solo la salud de los consumidores, sino también la de su bolsillo ya que hay en el mercado productos más caros que se achacan a propiedades teóricamente saludables que no se justifican”, explica Yolanda Quintana, responsable de comunicación de la organización de consumidores CEACCU.